Como consecuencia de la parálisis que supuso la Guerra Civil en la evolución de la literatura española, debido a la muerte o exilio de los escritores, la novela ha de comenzar de nuevo. En los primeros años de la posguerra, los escritores se dividieron en dos grupos: los que glorificaban el régimen franquista y los que reflexionaban sobre las causas del enfrentamiento y reflejaban la situación dramática del país. Por ello, los temas más cultivados son la guerra y la nostalgia. Destaca la variedad de tendencias novelísticas, como la novela triunfalista (defiende las nuevas circunstancias del país), la novela psicológica (analiza el carácter y comportamiento de los personajes), la novela poética (en la que prima la forma) y la novela simbólica (en la que los personajes representan ideas o conflictos).
Se trata pues de un panorama desolador, una época en la predomina el realismo por ser el estilo idóneo para narrar la situación social, desde una perspectiva personal y existencial, ya que la censura hacía imposible cualquier intento de denuncia o crítica. A veces la novela deriva en tendencias como el tremendismo con una visión del mundo desagradable, cruel y desesperanzada con temas como la soledad o la inadaptación. Destaca La familia de Pascual Duarte, de Cela, y Nada, de Carmen Laforet. En el exilio, son Ramón J. Sender (Réquiem por un campesino español o Rosa Chacel los que realizan la labor crítica de aquella España. Destaca Ayala, premio Cervantes y miembro de la RAE.
En los años 50, se producen una serie de cambios en la vida española, tales como cierto aperturismo internacional y la relajación de la censura, que inciden en la literatura. Para muchos, La colmena, de Cela, es un precedente de la novela social, puesto que, con más o menos realismo, aparece reflejada la sociedad del momento (la de la inmediata posguerra).
Se observan dos grandes tendencias: el neorrealismo y la novela social. El neorrealismo se centra en los problemas del hombre como ser individual (la soledad, la frustración…) con autores como Ana María Matute, Ignacio Aldecoa («El fulgor y la sangre»), Rafael Sánchez Ferlosio («El Jarama») y Carmen Martín Gaite («Entre visillos»). Y la novela social (realismo social) se centra en los problemas de los grupos sociales. Resaltan Jesús Fernández Santos («Los bravos») o Jesús López Pacheco (Central eléctrica).
El tema de la novela es la propia sociedad española: la dureza de la vida en el campo, las dificultades de la transformación de los campesinos en trabajadores industriales; la explotación del proletariado y la banalidad de la vida burguesa. El estilo de la novela realista es sencillo, tanto en el lenguaje como en la técnica narrativa, se pretende llegar a un amplio público. Los contenidos testimoniales o críticos son más importantes. Paralelamente, destacan otros autores sin tendencia determinada como Torrente Ballester o Cela.
Ya en los años 60 se produce un agotamiento de la novela social y comienza una renovación ideológica y estética en todo el mundo. Los jóvenes impulsaron movimientos sociales y culturales que cuestionaban a las generaciones anteriores y el país comenzaba a salir de su aislamiento, lo que se reflejó en la novela. Por tanto se inicia una nueva etapa que rompe con el realismo anterior. Tiempo de Silencio, de Luis Martín Santos es la obra que marca la línea divisoria entre las dos forma. Una novela caracterizada por sus innovaciones técnicas como el monólogo interior, el perspectivismo o la subjetividad del autor a la hora de interpretar y narrar los hechos.
La novela experimental sufre su auge en los 70, debido a la apertura de los novelistas a las influencias extranjeras, sobre todo la narrativa hispanoamericana (Cien años de Soledad, de García Márquez, o La ciudad y los perros, de Vargas Llosa). Es frecuente la estructura compleja, la aparición de varias perspectivas, así como el predominio de la forma sobre el fondo. La investigación técnica fue prioritaria para los escritores de este período y afectó a todos los aspectos narrativos, como los personajes o la acción. Destacan las novelas de Delibes (Cinco horas con Mario) o de Juan Goytisolo (Señas de identidad).
En estos años coexisten los autores de la posguerra (Cela y Delibes) con los representantes del realismo social (Goytisolo y Martín Gaite), junto con los nuevos (Benet).
En los últimos años de la dictadura franquista, suceden una serie de cambios que marcan el desarrollo de la narrativa española, como son la muerte de Franco y de su régimen, la transición a la democracia y la definitiva apertura a Europa, y que posibilitaron la llegada de la libertad también a la literatura. La producción novelística se intensifica, dejando de responder a rasgos comunes y surgiendo una gran variedad de modelos y temas. Vuelve el interés por la historia y se retorna a la subjetividad, el ámbito íntimo y la soledad. Las tendencias más significativas son la narrativa policíaca y de intriga (Vázquez Montalbán, con Pepe Carvalho, y Muñoz Molina, con Invierno en Lisboa); la novela histórica (Delibes, con El hereje; Pérez Reverte, con El capitán Alatriste; Dulce Chacón, con La voz dormida; y Javier Cercas, con Soldados de Salamina); la novela de reflexión íntima (Umbral, con Mortal y rosa, Juanjo Millás, con El desorden de tu nombre, y Julio Llamazares, con La lluvia amarilla; y la narrativa de la memoria (Rosa Montero, con Te trataré como a una reina, y Almudena Grandes, con El corazón helado).
Los autores que más han destacado en la novela española de los últimos años son Eduardo Mendoza (La verdad sobre el caso Savolta), Javier Marías (El hombre sentimental), Julio Llamazares (Luna de lobos), Muñoz Molina (Plenilunio), Soledad Puértolas (Todos mienten) y Luis Mateo Díez (El reino de Celama).